El dilema de Chávez
Diario Financiero 23 - 08 - 2004
Relegitimado en el poder tras el contundente triunfo en el referéndum revocatorio, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se encuentra frente a la gran hora: transformarse en el Estadista que proyecte su Nación, con la palanca de su potencia exportadora de petróleo y abriendo un contrato social incluyente que permita una asociación estratégica entre los sectores públicos y privados, generando un clima de confianza, dejando atrás la confrontación con los empresarios, fluyendo en una nueva relación que permita dinamizar el talento natural que tiene esa sociedad.
Ese es un camino para entrar por la gran avenida de la historia como un gobernante visionario, concordante con los desafíos del Siglo XXI, y que responde así, con la confianza que reiteradamente le han entregado en las votaciones, creando una mayoría, que debería traducirse en un beneficio para toda la sociedad.
El otro camino es, persistir en una lógica caudillista, apalancado en una retórica constante, sin gobernar para todos y llenando su gestión con discursos con los que pudiera entender que le bastan para seguir girando en esa generosa cuenta corriente que le han entregado los venezolanos. La llave está en su mano. Ya no puede responsabilizar a la oposición que no lo deja avanzar. La contienda se zanjó a favor de Chávez. Y se debe esperar que su primera tarea sea la de contribuir como el primero de todos a lograr aclimatar la paz social, que con tanta agitación y efervescencia ha deteriorado la economía.
No puede perder de vista que el precio del petróleo que tanto le facilitó el camino a evitar que fuera revocado es una variable no permanente y que la riqueza que llega debe permitir el nuevo rumbo de Venezuela, construyendo un acuerdo social, empresarial, laboral, sin ningún tipo de odio ni rencor, y ponerse encima de la contingencia que es el lugar del gobernante. Erradicar el desempleo, recuperar la pérdida de la calidad de vida, dar seguridad a los ciudadanos, trabajar por el fortalecimiento de la economía son tareas que requieren la rápida acción del ejecutivo, sobre cuya base, podrá diseñar el reencuentro social. Para ello, Chávez no puede seguir pensando que es el líder de un sector de la sociedad. Si no el conductor de un gobierno para todos los venezolanos, donde no sobre ninguno. Y ahí se espera concentre esfuerzos en esta dirección.
Las refriegas de la campaña ya pasaron. Fueron parte de las reglas del juego, buscar votos exacerbando las posturas. Venezuela está polarizada. Esta profundamente radicalizada. Sanar heridas, no es fácil, pero tampoco es un proceso que se debe descartar. Por el contrario, no puede cejar en este propósito. Si la Coordinadora Democrática, aún resiste en reconocer y validar las elecciones, ese es un problema de los líderes que se han agrupado contra Chávez, y sólo el tiempo con su inexorable paso, esperará de ellos, un gesto de reconocer lo que a estas alturas es evidente: fueron derrotados. La democracia no puede traducirse simplemente a una suma aritmética. Tiene valores muy profundos. El más significativo de ellos es el de aceptar el ganar y perder. Es la regla de oro, sobre la que descansa la confianza y la paz social de las naciones.
Relegitimado en el poder tras el contundente triunfo en el referéndum revocatorio, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, se encuentra frente a la gran hora: transformarse en el Estadista que proyecte su Nación, con la palanca de su potencia exportadora de petróleo y abriendo un contrato social incluyente que permita una asociación estratégica entre los sectores públicos y privados, generando un clima de confianza, dejando atrás la confrontación con los empresarios, fluyendo en una nueva relación que permita dinamizar el talento natural que tiene esa sociedad.
Ese es un camino para entrar por la gran avenida de la historia como un gobernante visionario, concordante con los desafíos del Siglo XXI, y que responde así, con la confianza que reiteradamente le han entregado en las votaciones, creando una mayoría, que debería traducirse en un beneficio para toda la sociedad.
El otro camino es, persistir en una lógica caudillista, apalancado en una retórica constante, sin gobernar para todos y llenando su gestión con discursos con los que pudiera entender que le bastan para seguir girando en esa generosa cuenta corriente que le han entregado los venezolanos. La llave está en su mano. Ya no puede responsabilizar a la oposición que no lo deja avanzar. La contienda se zanjó a favor de Chávez. Y se debe esperar que su primera tarea sea la de contribuir como el primero de todos a lograr aclimatar la paz social, que con tanta agitación y efervescencia ha deteriorado la economía.
No puede perder de vista que el precio del petróleo que tanto le facilitó el camino a evitar que fuera revocado es una variable no permanente y que la riqueza que llega debe permitir el nuevo rumbo de Venezuela, construyendo un acuerdo social, empresarial, laboral, sin ningún tipo de odio ni rencor, y ponerse encima de la contingencia que es el lugar del gobernante. Erradicar el desempleo, recuperar la pérdida de la calidad de vida, dar seguridad a los ciudadanos, trabajar por el fortalecimiento de la economía son tareas que requieren la rápida acción del ejecutivo, sobre cuya base, podrá diseñar el reencuentro social. Para ello, Chávez no puede seguir pensando que es el líder de un sector de la sociedad. Si no el conductor de un gobierno para todos los venezolanos, donde no sobre ninguno. Y ahí se espera concentre esfuerzos en esta dirección.
Las refriegas de la campaña ya pasaron. Fueron parte de las reglas del juego, buscar votos exacerbando las posturas. Venezuela está polarizada. Esta profundamente radicalizada. Sanar heridas, no es fácil, pero tampoco es un proceso que se debe descartar. Por el contrario, no puede cejar en este propósito. Si la Coordinadora Democrática, aún resiste en reconocer y validar las elecciones, ese es un problema de los líderes que se han agrupado contra Chávez, y sólo el tiempo con su inexorable paso, esperará de ellos, un gesto de reconocer lo que a estas alturas es evidente: fueron derrotados. La democracia no puede traducirse simplemente a una suma aritmética. Tiene valores muy profundos. El más significativo de ellos es el de aceptar el ganar y perder. Es la regla de oro, sobre la que descansa la confianza y la paz social de las naciones.
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