Arabia Saudita: La guerra por el "Contrato del Siglo"
Diario Financiero 24 - 06 - 2004
Los estrategas de Al qaeda han decidido intervenir en Arabia Saudita a través de atentados, los que básicamente se orientan a golpear objetivos occidentales. La operación de ataque y secuestro contra la presencia de trabajadores técnicos y especialistas- de empresas petroleras y prestadoras de múltiples servicios entre ellos militares- es la continuación de un vasto plan que va más allá de los actos terroristas puntuales.
El objetivo es triple: por una parte, golpear a Estados Unidos, creando las condiciones para provocar un fuerte impacto negativo económico y financiero a nivel mundial, mediante un aumento sin precedentes en el precio del petróleo y frenando el desarrollo económico.
En segundo lugar, castigar persistentemente a los extranjeros, que hacen parte de la calificada mano de obra que trabaja en la tierra santa del Islam, para provocar una estampida y, como resultado, un colapso de la industria petrolera, con abandono de las compañías occidentales que brindan una amplia gama de servicios civiles y militares. La impronta del bestial embate contra un ingeniero electrónico estadounidense y su decapitación, constituyen un mensaje inequívoco que busca una estampida de estos especialistas, sabiendo que no hay suficientes profesionales para asumir la tarea que ellos cumplen actualmente.
En tercer lugar, provocar un endurecimiento del régimen saudita, creando un clima de exacerbación religiosa de cara a la sucesión del desfalleciente rey Fahd. El reino de Arabia Saudita, fundado en 1932 por el rey Saud, ha sido históricamente un modelo de equilibrio misterioso: ha sabido mantener buenas relaciones con el mundo occidental, al que le suministra su petróleo y le garantiza un precio moderado, y al mismo tiempo alimentando a movimientos integristas que no le perdonan sus relaciones con Occidente. Pero ahora los ataques lo han llevado al ojo del huracán por su negativa repercusión en el precio del petróleo. De hecho, una de las causas de la última alza fueron las dudas de que el régimen saudita sea capaz de controlar el creciente terrorismo que azota a su país.
Los mercados mundiales se han visto agitados por la forma en que actúa Osama Bin Laden, quién cuenta con una vasta red de apoyos internos, que se alimenta de jóvenes deseosos de un cambio en el sistema político y de la Casa Real. El frenético ritmo de los últimos atentados tiene una justificación temporal o, por decirlo de otra forma, se explica en el cumplimiento de ciertos plazos. Y es que de aquí a menos de un año (ocho meses para ser exactos) se producirá un acontecimiento de la mayor trascendencia para el porvenir político-económico de Estados Unidos: el vencimiento del llamado Contrato del Siglo, por medio del cual la compañía petrolera Aramco obtuvo el monopolio del petróleo Saudita en 1945 por 60 años y cuyos términos señalan que expira en febrero del año próximo. Según las cláusulas del famoso Pacto de Quincy, sellado entre el presidente Franklin Délano Roosevelt y el rey Saud, cuando el llamado Contrato del Siglo expire Arabia Saudita recuperará los pozos petrolíferos y las instalaciones.
Washington no tiene, hasta el momento, garantía alguna de que la familia real saudita pretenda renovar dicho contrato. Este es el tema medular en las relaciones de Washington y Riad. El verdadero interés de Estados Unidos es asegurarse el flujo petrolero que sale desde la península arábiga. La forma más cómoda para los estadounidenses es la que su Secretaría de Energía entiende como una extensión automática de dicho contrato. La justificación de esta visión algo optimista se encuentra en la impresionante riqueza que le ha reportado a la Monarquía el ingreso del petróleo, por lo que no deberían esperarse sobresaltos y sería posible esperar la ratificación natural del acuerdo.
Sin dar a conocer la postura oficial (queda un tiempo suficiente para ello), Arabia Saudita puede jugar un rol importante en la contienda electoral que se avecina en Estados Unidos, en la medida que continúe su estrategia de mayor producción, evitando así la espiral alcista del crudo. Esta sería una buena noticia para el presidente George W. Bush, que llegará a noviembre mes de las votaciones con precios de gasolinas bajos en pleno otoño.
Para no exacerbar los ánimos, la administración de Bush no acelera la firma del contrato y tiene el fino cuidado de medir cada palabra que se dice oficialmente sobre el rol de Arabia Saudita en la lucha contra Al qaeda. Se nota con evidencia cuando la Comisión Investigadora de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, toca el financiamiento dado a Al qaeda, a través de múltiples y piadosas fundaciones y obras de caridad mediante las cuales se allegó fondos a la red de Osama Bin Laden. Documentos clasificados que siembran sospechas de un vínculo más estrecho son sigilosamente guardados, todo en función de un bien superior, como es no molestar a los quisquillosos príncipes.
¿Qué hacer con el Contrato del Siglo?
La respuesta a esta interrogante representa el gran elemento que cruzará el debate del futuro de Arabia Saudita. Los más radicales están por no renovarlo. Se debe entender que Al qaeda integra esta posición. Osama Bin Laden ejercerá mucha presión a la Casa Real bajo el lema el petróleo para los árabes, colaborando a generar una fuerte resistencia interna a la renovación del pacto. Al interior del núcleo de los 15.000 príncipes de Arabia Saudita hay dos corrientes: una que abiertamente está por conservar los vínculos con Occidente y otra que impulsa una separación y guerra contra Estados Unidos, Gran Bretaña y los símbolos de las naciones desarrolladas. Existe la sospecha de que el influyente príncipe heredero Abdul-lâh ibn Abdul-Aziz ha decidido no renovar el contrato. Al qaeda sabe que frenar una extensión del Contrato del Siglo le podría reportar enormes beneficios a su causa y la captación de más adeptos. Los estrategas de esta red están jugando una partida de ajedrez. Mueven cada pieza para intentar un jaque mate.
El otro jugador, la Monarquía, tiene que abrir su juego, pero lo complejo es que no puede tener doble militancia: se combate abierta y directamente el terrorismo o se cohabita con el peligro de que un día cualquiera sean ellos los que puedan saltar por los aires. En el mercado del petróleo aún no se aquilata lo suficiente este debate, ya que parten de la premisa que Arabia Saudita, bajo cualquiera de las dos visiones que esté en el poder, requiere de un comprador que genere el dinero, bien sea para mantener el actual ritmo de vida de la Monarquía y sus 30.000 integrantes o para producir otra manera de distribución de los petrodólares.
Desde nuestra óptica, a medida que avancen los meses se superpondrán estos dos enfoques, lo que puede producir una profundización en la lucha por la sucesión. En tanto sostienen con vida al Rey Fahd, la guerrilla interna que se libra puede ser una de las causas por las cuales no se combate persistentemente a Al qaeda, que cuenta con príncipes que simpatizan con la red terrorista.
Los estrategas de Al qaeda han decidido intervenir en Arabia Saudita a través de atentados, los que básicamente se orientan a golpear objetivos occidentales. La operación de ataque y secuestro contra la presencia de trabajadores técnicos y especialistas- de empresas petroleras y prestadoras de múltiples servicios entre ellos militares- es la continuación de un vasto plan que va más allá de los actos terroristas puntuales.
El objetivo es triple: por una parte, golpear a Estados Unidos, creando las condiciones para provocar un fuerte impacto negativo económico y financiero a nivel mundial, mediante un aumento sin precedentes en el precio del petróleo y frenando el desarrollo económico.
En segundo lugar, castigar persistentemente a los extranjeros, que hacen parte de la calificada mano de obra que trabaja en la tierra santa del Islam, para provocar una estampida y, como resultado, un colapso de la industria petrolera, con abandono de las compañías occidentales que brindan una amplia gama de servicios civiles y militares. La impronta del bestial embate contra un ingeniero electrónico estadounidense y su decapitación, constituyen un mensaje inequívoco que busca una estampida de estos especialistas, sabiendo que no hay suficientes profesionales para asumir la tarea que ellos cumplen actualmente.
En tercer lugar, provocar un endurecimiento del régimen saudita, creando un clima de exacerbación religiosa de cara a la sucesión del desfalleciente rey Fahd. El reino de Arabia Saudita, fundado en 1932 por el rey Saud, ha sido históricamente un modelo de equilibrio misterioso: ha sabido mantener buenas relaciones con el mundo occidental, al que le suministra su petróleo y le garantiza un precio moderado, y al mismo tiempo alimentando a movimientos integristas que no le perdonan sus relaciones con Occidente. Pero ahora los ataques lo han llevado al ojo del huracán por su negativa repercusión en el precio del petróleo. De hecho, una de las causas de la última alza fueron las dudas de que el régimen saudita sea capaz de controlar el creciente terrorismo que azota a su país.
Los mercados mundiales se han visto agitados por la forma en que actúa Osama Bin Laden, quién cuenta con una vasta red de apoyos internos, que se alimenta de jóvenes deseosos de un cambio en el sistema político y de la Casa Real. El frenético ritmo de los últimos atentados tiene una justificación temporal o, por decirlo de otra forma, se explica en el cumplimiento de ciertos plazos. Y es que de aquí a menos de un año (ocho meses para ser exactos) se producirá un acontecimiento de la mayor trascendencia para el porvenir político-económico de Estados Unidos: el vencimiento del llamado Contrato del Siglo, por medio del cual la compañía petrolera Aramco obtuvo el monopolio del petróleo Saudita en 1945 por 60 años y cuyos términos señalan que expira en febrero del año próximo. Según las cláusulas del famoso Pacto de Quincy, sellado entre el presidente Franklin Délano Roosevelt y el rey Saud, cuando el llamado Contrato del Siglo expire Arabia Saudita recuperará los pozos petrolíferos y las instalaciones.
Washington no tiene, hasta el momento, garantía alguna de que la familia real saudita pretenda renovar dicho contrato. Este es el tema medular en las relaciones de Washington y Riad. El verdadero interés de Estados Unidos es asegurarse el flujo petrolero que sale desde la península arábiga. La forma más cómoda para los estadounidenses es la que su Secretaría de Energía entiende como una extensión automática de dicho contrato. La justificación de esta visión algo optimista se encuentra en la impresionante riqueza que le ha reportado a la Monarquía el ingreso del petróleo, por lo que no deberían esperarse sobresaltos y sería posible esperar la ratificación natural del acuerdo.
Sin dar a conocer la postura oficial (queda un tiempo suficiente para ello), Arabia Saudita puede jugar un rol importante en la contienda electoral que se avecina en Estados Unidos, en la medida que continúe su estrategia de mayor producción, evitando así la espiral alcista del crudo. Esta sería una buena noticia para el presidente George W. Bush, que llegará a noviembre mes de las votaciones con precios de gasolinas bajos en pleno otoño.
Para no exacerbar los ánimos, la administración de Bush no acelera la firma del contrato y tiene el fino cuidado de medir cada palabra que se dice oficialmente sobre el rol de Arabia Saudita en la lucha contra Al qaeda. Se nota con evidencia cuando la Comisión Investigadora de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, toca el financiamiento dado a Al qaeda, a través de múltiples y piadosas fundaciones y obras de caridad mediante las cuales se allegó fondos a la red de Osama Bin Laden. Documentos clasificados que siembran sospechas de un vínculo más estrecho son sigilosamente guardados, todo en función de un bien superior, como es no molestar a los quisquillosos príncipes.
¿Qué hacer con el Contrato del Siglo?
La respuesta a esta interrogante representa el gran elemento que cruzará el debate del futuro de Arabia Saudita. Los más radicales están por no renovarlo. Se debe entender que Al qaeda integra esta posición. Osama Bin Laden ejercerá mucha presión a la Casa Real bajo el lema el petróleo para los árabes, colaborando a generar una fuerte resistencia interna a la renovación del pacto. Al interior del núcleo de los 15.000 príncipes de Arabia Saudita hay dos corrientes: una que abiertamente está por conservar los vínculos con Occidente y otra que impulsa una separación y guerra contra Estados Unidos, Gran Bretaña y los símbolos de las naciones desarrolladas. Existe la sospecha de que el influyente príncipe heredero Abdul-lâh ibn Abdul-Aziz ha decidido no renovar el contrato. Al qaeda sabe que frenar una extensión del Contrato del Siglo le podría reportar enormes beneficios a su causa y la captación de más adeptos. Los estrategas de esta red están jugando una partida de ajedrez. Mueven cada pieza para intentar un jaque mate.
El otro jugador, la Monarquía, tiene que abrir su juego, pero lo complejo es que no puede tener doble militancia: se combate abierta y directamente el terrorismo o se cohabita con el peligro de que un día cualquiera sean ellos los que puedan saltar por los aires. En el mercado del petróleo aún no se aquilata lo suficiente este debate, ya que parten de la premisa que Arabia Saudita, bajo cualquiera de las dos visiones que esté en el poder, requiere de un comprador que genere el dinero, bien sea para mantener el actual ritmo de vida de la Monarquía y sus 30.000 integrantes o para producir otra manera de distribución de los petrodólares.
Desde nuestra óptica, a medida que avancen los meses se superpondrán estos dos enfoques, lo que puede producir una profundización en la lucha por la sucesión. En tanto sostienen con vida al Rey Fahd, la guerrilla interna que se libra puede ser una de las causas por las cuales no se combate persistentemente a Al qaeda, que cuenta con príncipes que simpatizan con la red terrorista.
2 comentarios
maysi cabezas -
amara tijerino molina -