Bolivia: presidente de transición
Escrito en la sección Panorama Internacional del Diario Financiero. Publicado el día 13.06.2005
La ceguera, los oídos sordos, la ausencia de una mirada de futuro, el bajo nivel de compromiso con el país y la lejanía de una visión de Estado develó en toda su magnitud a un clase política que con su proceder por acción y omisión ha fracturado la nación que se encuentra ahora en medio de una rebelión indígena y campesina que paralizó al país, que obligó a renunciar por segunda vez al presidente Carlos Mesa y que le arranca por la fuerza la legitimidad. Lo que se ha manifestado en Bolivia es el malestar de los desplazados, dispuestos a modificar totalmente el paisaje nacional y a gritos desde las calles les impuso la salida al llevar a la presidencia de la República a Eduardo Rodríguez para que lidere la transición, detenga el descalabro político y, a través de un Acuerdo Nacional, aplaque los enardecidos ánimos. Pocas veces se había manifestado tan claramente el enfrentamiento de las dos Bolivia: la de los siete millones de indígenas y campesinos pobres del altiplano y la de los dos millones de prósperos pobladores de las tierras bajas, de raigambre europea, cuyas diferencias han conducido a la nación andina a una de las peores encrucijadas de que se tenga memoria. La manzana de la discordia es el control de las enormes reservas de hidrocarburos que el movimiento indígena, dirigido por Evo Morales, exige nacionalizar, mientras la dirigencia de las ricas provincias orientales de Santa Cruz y Tarija -donde se concentran esas reservas y la principal capacidad manufacturera y agrícola boliviana- quiere ver administradas con el concurso de las compañías petroleras, como la brasileña Petrobrás y la española Repsol, que han invertido allí más de US$ 3.500 millones desde 1997. La reflexión de fondo es que el malestar de los desplazados llegó a la actual situación por la ausencia de un consenso básico sobre el uso y distribución de los recursos. Los políticos y sus líderes obviaron gobernar con beneficios para la mayoría. Marginaron a los indígenas y campesinos, que hoy están dispuestos a dar su vida, por la riqueza del petróleo, por cierto, alentados por agitadores que han encausado este enojo para botarlos del poder. El sobresalto de las instituciones tiene su origen en la forma de administrar el poder, que llevó a una fragmentación que impide los acuerdos necesarios para enfrentar desafíos de estos tiempos. Lo dramático es que solamente se aplacará la furia popular con un recambio. Sobre las espaldas de Eduardo Rodríguez recae una tarea colosal. El nuevo presidente deberá facilitar un proceso de elecciones anticipadas, convocar a una Asamblea Nacional Constituyente y tratar el tema de los hidrocarburos con visión de futuro, donde la población sienta que estos recursos pueden contribuir a mejorar el precario sistema de salud, de educación, combatir la marginalidad, la pobreza. Esas son las claves para evitar que Bolivia se vaya a un despeñadero institucional.
La ceguera, los oídos sordos, la ausencia de una mirada de futuro, el bajo nivel de compromiso con el país y la lejanía de una visión de Estado develó en toda su magnitud a un clase política que con su proceder por acción y omisión ha fracturado la nación que se encuentra ahora en medio de una rebelión indígena y campesina que paralizó al país, que obligó a renunciar por segunda vez al presidente Carlos Mesa y que le arranca por la fuerza la legitimidad. Lo que se ha manifestado en Bolivia es el malestar de los desplazados, dispuestos a modificar totalmente el paisaje nacional y a gritos desde las calles les impuso la salida al llevar a la presidencia de la República a Eduardo Rodríguez para que lidere la transición, detenga el descalabro político y, a través de un Acuerdo Nacional, aplaque los enardecidos ánimos. Pocas veces se había manifestado tan claramente el enfrentamiento de las dos Bolivia: la de los siete millones de indígenas y campesinos pobres del altiplano y la de los dos millones de prósperos pobladores de las tierras bajas, de raigambre europea, cuyas diferencias han conducido a la nación andina a una de las peores encrucijadas de que se tenga memoria. La manzana de la discordia es el control de las enormes reservas de hidrocarburos que el movimiento indígena, dirigido por Evo Morales, exige nacionalizar, mientras la dirigencia de las ricas provincias orientales de Santa Cruz y Tarija -donde se concentran esas reservas y la principal capacidad manufacturera y agrícola boliviana- quiere ver administradas con el concurso de las compañías petroleras, como la brasileña Petrobrás y la española Repsol, que han invertido allí más de US$ 3.500 millones desde 1997. La reflexión de fondo es que el malestar de los desplazados llegó a la actual situación por la ausencia de un consenso básico sobre el uso y distribución de los recursos. Los políticos y sus líderes obviaron gobernar con beneficios para la mayoría. Marginaron a los indígenas y campesinos, que hoy están dispuestos a dar su vida, por la riqueza del petróleo, por cierto, alentados por agitadores que han encausado este enojo para botarlos del poder. El sobresalto de las instituciones tiene su origen en la forma de administrar el poder, que llevó a una fragmentación que impide los acuerdos necesarios para enfrentar desafíos de estos tiempos. Lo dramático es que solamente se aplacará la furia popular con un recambio. Sobre las espaldas de Eduardo Rodríguez recae una tarea colosal. El nuevo presidente deberá facilitar un proceso de elecciones anticipadas, convocar a una Asamblea Nacional Constituyente y tratar el tema de los hidrocarburos con visión de futuro, donde la población sienta que estos recursos pueden contribuir a mejorar el precario sistema de salud, de educación, combatir la marginalidad, la pobreza. Esas son las claves para evitar que Bolivia se vaya a un despeñadero institucional.
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