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Análisis

Chile: después del éxito olímpico

Diario Financiero 24 - 08 - 2004

Las dos medallas de oro y la de bronce en los Juegos Olímpicos de Atenas –Grecia-, supone un cambio sustancial que trasciende lo exclusivamente deportivo. En efecto, la brillante gesta titánica de los tenistas, Nicolás Massú y Fernando González, y sus entrenadores, cierra un capítulo de la historia nacional y abre otro totalmente distinto. De las oportunidades perdidas a las oportunidades ganadas. Los triunfos rompieron un paradigma, enclavado en nuestra cultura: no alcanzábamos la cúspide, porque somos hijos del rigor.
Este arquetipo con el que solíamos justificar nuestros fracasos lo atribuíamos a tres cánones erróneos. El primero de ellos, no tenemos suerte. El segundo, es nuestro karma. Y, el tercero, es nuestro destino que ya nos tiene marcados para no tener victorias. En la cancha de tenis de Atenas, el paradigma y los arquetipos tradicionales sobre los que reposaban estos supuestos, saltaron por los aires, se desnudaron y nos hemos quedado de cara a la verdad: los elementos que permiten el triunfo en cualquier actividad -profesional, empresarial, académica, de gestión o proyecto de vida- son el esfuerzo en procura del objetivo, la preparación y alto nivel de profesionalismo, y la eficiencia para alcanzarlo.
En este simple razonamiento, hallamos una respuesta que despeja de una vez por todas, aquellas palancas negativas desde las cuales amparábamos la ausencia de triunfos o la comodidad de no tenerlos. Massú y González serán a partir de ahora los mejores ejemplos de cómo se construye marca país. Ellos llevaron -al igual que ya lo habían hecho por segundo año consecutivo en el Mundial de Tenis - el inmenso valor del nombre de Chile.
El “branding” nacional ha subido de manera considerable por el poder de las medallas logradas. Aplicando las mejoras estrategias de management, nuestros tenistas nos recordaron una frase clave del posicionamiento de la marca: que ellas nacen y se fortalecen con el “publicity”. Y Atenas fue la mejor plataforma para ello.
El ondear de nuestra bandera, la encomiable entrega de los deportistas, mostró la estirpe chilena en toda su magnitud. Es cierto que la marca no se construye de un día para otro. Tuvimos que esperar 108 años. El desarrollo de 25 Juegos Olímpicos. El camino lo habían abierto otros deportistas que con sus aportes nos llevaron a medallas en anteriores Juegos Olímpicos. A partir de ahora, ya no podemos refugiarnos en ese lugar común de que somos hijos del rigor. Las naciones son como son, con sus características, bondades, con recursos, unas más que otras, pero el capital humano, es el que hace la gran diferencia. En nuestro citadino lenguaje, responsabilizábamos de nuestros fracasos a la suerte. Como si todo transcurriese en un casino, en una ruleta o se apostara recurrentemente a la lotería, donde el azar sí está presente. Al karma, le colocábamos en la espalda el pesado fardo de no llegar al objetivo, y cuando alguna excusa adicional nos faltaba, entonces surgía, el destino. El determinismo nos había establecido que debíamos tener y que no.
La reflexión es simple: han terminado los años de las excusas y entramos de lleno a los tiempos de los resultados. Si este punto lo extrapolamos en términos de país, nos damos cuenta que el punto de inflexión en que nos encontramos, es convertir en oportunidades ganadas los gigantescos pasos que hemos dado, con sacrificio, para llegar a ser la quinta economía más abierta del mundo. Tenemos ya empresas globales. Hay una capacidad de gerenciamiento y acción empresarial notable. Hay visión para prospección de negocios y oportunidades de abrir nuevos mercados para nuestros productos y servicios. Contamos con un potencial capital humano, que como en el caso que nos ocupa, sabe conseguir resultados.
Entonces, ¿qué es lo que nos hace falta? Dos cosas: primero, trazarnos el objetivo de ser nación desarrollada, lo que se traduce pasar del enunciado a la acción y segundo, construir el contrato social que hará posible llegar a ese objetivo. Otras naciones, como Irlanda y Finlandia, fueron en su momento capaces de pasar por sobre los conflictos religiosos o el modelo de desarrollo de recursos naturales para insertar el sector tecnológico como el elemento diferenciador y con esto sus economías muestran avances de país desarrollado. China y la India están trabajando con un modelo productivo avanzado, que en el caso del gigante asiático le reportará en un tiempo no muy lejano discutirle a Estados Unidos el sitial de súper potencia. Todo partió por la visión de Deng Xiao Ping, de iniciar un proceso de reformas profundas que transformaron su nación.
Igual caso ocurrió con India, y el modelo de Atal Behari Vajpayee, el ex primer ministro, gran impulsor de la idea-fuerza “La India Iluminada”, que se transformó en el motor del desarrollo económico de la democracia más grande del mundo. Cito los anteriores ejemplos, porque ellos partieron de identificar un objetivo y poner toda su sociedad tras él.
No hay otra forma de hacerlo. Y a Chile, de la mano de Nicolás Massú, Fernando González y sus entrenadores nos han dado la mejor clase de management, colocándole un valor de marca al país, difícil de cuantificar, pero sobre todo, nos dejaron una lección: nada se consigue gratis. Todo cuesta. El objetivo es un largo camino de sacrificio, trabajo, esfuerzo, y fundamentalmente no desfallecer en los momentos que todo parece venirse abajo. Ahí, es donde la fuerza nacional de hace grande.

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